Si es la primera vez que lee este blog, por favor, sírvase en leer el Aviso al lector http://bit.ly/qHr03L
No cometería ningún crimen. No hundiría sus pasos en
algún vicio de tantos para escoger. No era perseguida por nadie. De hecho, Helena
no recibía cartas en años. Nadie parecía extrañar su ausencia. Sobre su mesa
nunca reposaba una sopa caliente y ningún espíritu solitario parecía
interesarse en hallar refugio entre sus brazos. Bajo los escalones, los
reflectores dibujaban el escondite perfecto para alguien que ya no puede
esforzar más las comisuras de su boca pequeña para aparentar una comodidad
inexistente.
La voz del narrador comenzaba a salir desde los altavoces,
anunciando que la próxima carrera comenzaría en quince minutos. El público
parecía estar más animado que de costumbre. Las tribunas no daban abasto. Nadie
se perdía las carreras decembrinas. Hombres y mujeres hacían sus apuestas, compraban
algunos tragos y pasabocas y se sentaban en sus lugares a esperar el inicio del
espectáculo. Aunque la música de ambiente sonara a volumen alto, aún se podía
hacer un esfuerzo por sostener conversaciones más o menos decentes.
-¿Por qué vienes al hipódromo
hoy, linda?
-Mi esposo, el señor Galin, me
trajo aquí. Él siempre ha amado esta clase de eventos. No soy precisamente fanática
de esta clase de cosas.
-¿Él te acompaña cuando hay
actividades que te gusten a ti?
-¡Ahí viene él! Es mejor que
no hablemos más. No vuelvas a buscarme.
-He apostado veinte hidros al
quinto caballo.
-¿Veinte hidros? ¡Eso es lo
que ganas en dos semanas! ¿Has visto a ese caballo antes? ¿Es ese un buen
jinete? ¿Es alguno de esos traídos de la galaxia que acabamos de colonizar? Sus
atletas tienen fama de invencibles.
-No. Esta mañana me encontré esos
veinte hidros en una esquina de la calle quinta. ¡Jamás tengo tanta suerte y lo
sabes! Pensé en reparar lo que hicieron las mujeres leopardo en el techo de mi pobre
casa el mes pasado. La lluvia y los gatos entran como invitados y estoy más que
harto. Después, recordé la carrera. Con algo más de dinero, tal vez pudiera
comprar una casa nueva; una que esté lejos de la base espacial. Sé que el
caballo ganará. Merezco una vida mejor que esta.
-¡Es un honor conocerla,
señora Purr!
-¿Quién es usted?
-Soy Paul. Soy un gran
admirador suyo. He ido a todos sus recitales y tengo todos sus discos. Nunca
pensé que tendría la oportunidad de estar tan cerca de usted. Usted toca el
violín como ninguna otra. Me sorprende verla por aquí.
-Señor: usted debería saber
que soy seguidora de los deportes ecuestres desde hace muchos años.
-¿De veras? ¡Yo también! Es
increíble la talla que esta región ha alcanzado en…
-¡No llegamos ni a los talones
de los caballos en Vremya o Täht, señor!
-¡Ah, claro, claro! ¡Ni a los
talones, señora Purr!
Los tablones de la tribuna
sostienen el peso de todas las personas a la vez, al ponerse de pie luego del
anuncio del narrador. Finalmente, abren las puertas y suenan los primeros pasos
de los caballos, seguidos por la histeria de los espectadores. Algunas manos
impacientes dejaban caer sus bebidas, siendo su contenido absorbido por las
coladeras y vertido en el suelo; ese que también recibía migas de comida rápida
y zumo de plegarias silenciosas por la muerte pronta de Helena Lubaczewski,
finamente extraído de sus propios ojos.
El narrador anuncia al caballo
de la quinta plaza como el ganador de la carrera. El orgulloso jinete de
Relámpago desciende de su caballo y saluda a la multitud. La premiación tarda,
causando algo de confusión entre el público. Entre tanto, un espectador
emocionado que bajó de la tribuna e invadió el escenario es detenido por la
policía. Relámpago se asustó al ver al extraño, pero fue controlado y no causó
problemas.
Finalmente, la razón del
retraso se resuelve: una bella rubia de ojos azules y porte elegante, luciendo
un ajustado traje rojo que cubría apenas lo necesario, atravesó a paso rápido el
escenario con una corona de flores para el ganador. Esta era la primera vez que
el jinete ganaba algo, así que estaba demasiado soñado como para notar las
caras amargas de los organizadores y el narrador. Este último se acercó a la
mujer.
-¿Dónde estabas, Helena?
-No te importa.
-El señor Galin quiere que lo
veas mañana en la noche. Hoy te irás con ese muchacho. No quiero más problemas
con su representante. Ni siquiera sé qué explicación daré mañana a los medios,
cuando todos los otros caballos amanezcan muertos.