23 de noviembre de 2012

Carreras


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No cometería ningún crimen. No hundiría sus pasos en algún vicio de tantos para escoger. No era perseguida por nadie. De hecho, Helena no recibía cartas en años. Nadie parecía extrañar su ausencia. Sobre su mesa nunca reposaba una sopa caliente y ningún espíritu solitario parecía interesarse en hallar refugio entre sus brazos. Bajo los escalones, los reflectores dibujaban el escondite perfecto para alguien que ya no puede esforzar más las comisuras de su boca pequeña para aparentar una comodidad inexistente.

La voz del narrador comenzaba a salir desde los altavoces, anunciando que la próxima carrera comenzaría en quince minutos. El público parecía estar más animado que de costumbre. Las tribunas no daban abasto. Nadie se perdía las carreras decembrinas. Hombres y mujeres hacían sus apuestas, compraban algunos tragos y pasabocas y se sentaban en sus lugares a esperar el inicio del espectáculo. Aunque la música de ambiente sonara a volumen alto, aún se podía hacer un esfuerzo por sostener conversaciones más o menos decentes.

-¿Por qué vienes al hipódromo hoy, linda?
-Mi esposo, el señor Galin, me trajo aquí. Él siempre ha amado esta clase de eventos. No soy precisamente fanática de esta clase de cosas.
-¿Él te acompaña cuando hay actividades que te gusten a ti?
-¡Ahí viene él! Es mejor que no hablemos más. No vuelvas a buscarme.

-He apostado veinte hidros al quinto caballo.
-¿Veinte hidros? ¡Eso es lo que ganas en dos semanas! ¿Has visto a ese caballo antes? ¿Es ese un buen jinete? ¿Es alguno de esos traídos de la galaxia que acabamos de colonizar? Sus atletas tienen fama de invencibles.
-No. Esta mañana me encontré esos veinte hidros en una esquina de la calle quinta. ¡Jamás tengo tanta suerte y lo sabes! Pensé en reparar lo que hicieron las mujeres leopardo en el techo de mi pobre casa el mes pasado. La lluvia y los gatos entran como invitados y estoy más que harto. Después, recordé la carrera. Con algo más de dinero, tal vez pudiera comprar una casa nueva; una que esté lejos de la base espacial. Sé que el caballo ganará. Merezco una vida mejor que esta.

-¡Es un honor conocerla, señora Purr!
-¿Quién es usted?
-Soy Paul. Soy un gran admirador suyo. He ido a todos sus recitales y tengo todos sus discos. Nunca pensé que tendría la oportunidad de estar tan cerca de usted. Usted toca el violín como ninguna otra. Me sorprende verla por aquí.
-Señor: usted debería saber que soy seguidora de los deportes ecuestres desde hace muchos años.
-¿De veras? ¡Yo también! Es increíble la talla que esta región ha alcanzado en…
-¡No llegamos ni a los talones de los caballos en Vremya o Täht, señor!
-¡Ah, claro, claro! ¡Ni a los talones, señora Purr!

Los tablones de la tribuna sostienen el peso de todas las personas a la vez, al ponerse de pie luego del anuncio del narrador. Finalmente, abren las puertas y suenan los primeros pasos de los caballos, seguidos por la histeria de los espectadores. Algunas manos impacientes dejaban caer sus bebidas, siendo su contenido absorbido por las coladeras y vertido en el suelo; ese que también recibía migas de comida rápida y zumo de plegarias silenciosas por la muerte pronta de Helena Lubaczewski, finamente extraído de sus propios ojos.

El narrador anuncia al caballo de la quinta plaza como el ganador de la carrera. El orgulloso jinete de Relámpago desciende de su caballo y saluda a la multitud. La premiación tarda, causando algo de confusión entre el público. Entre tanto, un espectador emocionado que bajó de la tribuna e invadió el escenario es detenido por la policía. Relámpago se asustó al ver al extraño, pero fue controlado y no causó problemas.

Finalmente, la razón del retraso se resuelve: una bella rubia de ojos azules y porte elegante, luciendo un ajustado traje rojo que cubría apenas lo necesario, atravesó a paso rápido el escenario con una corona de flores para el ganador. Esta era la primera vez que el jinete ganaba algo, así que estaba demasiado soñado como para notar las caras amargas de los organizadores y el narrador. Este último se acercó a la mujer.

-¿Dónde estabas, Helena?
-No te importa.
-El señor Galin quiere que lo veas mañana en la noche. Hoy te irás con ese muchacho. No quiero más problemas con su representante. Ni siquiera sé qué explicación daré mañana a los medios, cuando todos los otros caballos amanezcan muertos.